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fernandosarria

A dos segundos de la felicidad

 

 

Hay tristeza, mucha tristeza.

La soledad arranca las palabras

e imposibilita probar a ser dichoso.

Miedo a sentir la ternura,

miedo a dejarte arrastrar por una caricia.

Pero los besos de pergamino

jamás hacen sentir el deseo húmedo

donde se esconde el ámbar.

Las abejas enmudecen,

el sordo sonido del agua se calla,

todo queda en la piel,

un escalofrío,

apenas a dos segundos de la felicidad.

 

Para Sonia, ella sabe por qué.

Luces

 

 

Luces.

Sólo luces

y un ocaso de viento

silenciándolo todo.

La noche es un estribo más

al que agarrarse

y tú, oculta,

detrás de las barcas,

ensimismada sombra del estío,

mientras el mar

se afana en respirar

en su deseo de ser humano.

El juego del azar

 

 

Se va el suave día con su brisa de estancias

abotonando la camisa de la noche,

y en el refugio del crepúsculo,

encendidas las últimas nostalgias,

tú y yo convivimos,

sabiendo de antemano,

que a pesar de todos los silencios

no hay entregadas más cartas al azar

que las que siempre su mano ha poseído.

FotoPoema - 71

FotoPoema - 71

 

Hemos ardido tantas veces en el abandono de las noches,

mientras el crepúsculo perenne nos vestía

con sus floreadas llamas rojas

que ahora, cuando nada nos conmueve,

llegan la soledad y el desaliento,

el doloroso aroma de las ausencias

que las cenizas traen al alba.

Pero no aprendemos,

ya que después de todo

siempre nos queda

la fascinación del fuego.



© fotografía 2007 Miguel Angel Latorre

 

Aseveración

Quien no se bautiza en la duda pocas veces puede justificarse en los fracasos. 

Confulgencia

Brillo simultáneo, por ejemplo de muchas estrellas. (R.A.E.)

Al amanecer

 

 

Al amanecer, los silencios cobran la importancia

que les dio la noche.

Se derrumba el palio bajo el que los cuerpos son más hermosos

y, desnudos, el uno ante el otro,

como los ha dejado la penumbra,

sólo queda cerciorarse de la pequeña verdad que les acecha:

no son más que héroes de una singular batalla,

donde el deseo siempre vence.

Mientras, en el jardín se derrama el día;

empiezan los aspersores su rutinario trabajo

y un alivio de pájaros revolotea y canta.

Nada de lo que nos dijimos

 

 

Nada de lo que nos dijimos tiene ningún valor,

ni siquiera las dulces palabras

con que tus labios saboreaban mi piel.

Las noches se abren

en el abanico de los deseos

y tú y yo

estábamos en el sitio adecuado

para mentirnos.

La soledad

 

 

Después del páramo,

a la orilla de un reguero de agua,

un repecho de sombras

escondía el silencio de unos solitarios pinos.

No había mayor soledad

que su triste compañía

en el agreste paisaje.

Llegar al límite

 

 

Llegar al límite,

al extremo desnudo de la ternura,

donde tú y yo nunca nos hemos herido

pero sin embargo siempre nos resguarda el temor.

En el silencio de mis dedos

encuentras palabras

que te hablan de sueños y deseos

y un reguero de emoción

que deja escrito en tu piel

mis versos más oscuros.

Un lugar donde respirar

 

 

Aunque la noche sólo nos reserve un lugar donde respirar,

entre tus manos el deseo se hace un sendero de caricias abiertas.

Suena la música que trae la brisa altana del mar

y en ella, encendidos versos que humedecen tus labios

y hacen en mi piel un reguero desarmado de luz.

FotoPoema - 70

FotoPoema - 70

 

Colores 2


No hay rencor que deje en mí la ira,

sólo este mar de onduladas flores

en que mis ojos se reconocen en el dolor de las violetas

como si en la dicha de tus besos

trajeras a mi piel el recuerdo de tus olvidos.

Hay un escalofrío recorriendo la noche,

yo estoy desnudo y en mis sábanas

sobran muchas hojas secas

que ya no tienen tu huella.



© fotografía 2007 Miguel Angel Latorre

 

El día

 

 

El día es hoy una espada de luz,

un sarmiento herido por el fuego:

el estío se desliza por las piedras

como un lagarto en celo.

Confuerzo

Banquete fúnebre. (R.A.E.)

Sobre mis recuerdos

 

 

Sobre mis recuerdos

yo también recorrí las calles de París

y sentí el escalofrío tentador de sus mujeres,

aquellas que alimentaban con su luz las esquinas

cercanas en su deambular por el Pigalle.

En sus bocas se urdían los sabores misteriosos

y, envueltas en el humo de cigarrillos,

se ofrecían como aromáticas flores a nuestros deseos.

Sus cuerpos desnudos quedarían en la mente

como el único vinculo que nos guardase la piel,

y en aquellas habitaciones del hotel Violette,

adornadas de musgo y en sus entristecidas camas,

encontramos lo recóndito e inesperado.

En la Rue de Poissonnières mi juventud

empezó a dibujar un sueño:

De todas las ciudades que amase,

París siempre sería única.

Cuando te beso

 

 

Cuando te beso

siento en tus labios

el sabor de su boca,

y ahora no sé,

si es a ti a quien amo

o a ella que tanto te quiso.

Renglón

No hay mayor dolor que la esperanza y el perfecto silencio tras su muerte.

En el sabor de tu boca

 

 

En el sabor de tu boca

he encontrado todos los pretextos

y la noche y los desiertos han hecho el resto.

Casi me siento obligado contigo,

quiero ser amable, atento,

dejar suaves caricias en tu piel desnuda,

quitarle importancia al regalo sublime de tu cuerpo.

Los dos sabemos demasiado el uno del otro

y ahora en el nuevo juego de ser amantes

nos queda mucho por recorrer.

Desayunamos de momento,

el domingo todavía nos puede traer el vértigo

y tus miradas son un buen presagio.

Pregunta

¿En qué oculto pozo resuena el eco de nuestros antiguos pasos?

No nos cubre

 

 

No nos cubre el edredón los cuerpos,

demasiado cuerpo desnudo

ante un edredón tan pequeño.

Después de la noche

no hay mayor vergüenza

que la desnudez del alma,

ya que ahora con el alba

nada le puede cubrir

y en nuestras miradas surge el temor

a sorprendernos ante los ojos del otro.

La luz se derrama por la habitación,

y aunque te tapas la cara con la almohada

sigo viendo tu espalda tatuada con estrellas

y el nacimiento de tus hermosos senos.

Me sobrecoge tu soledad,

erizándome el vello

en el escalofrío más intenso

que he sentido contigo.