FotoPoema- 73
Un río - I
Deshazme en la inconsciencia de tu fuerza,
entre las piedras que aligeran tu paso.
Hay un verso imposible entre tus manos
y tú lo abandonas sin saberlo.
Un río - I
Deshazme en la inconsciencia de tu fuerza,
entre las piedras que aligeran tu paso.
Hay un verso imposible entre tus manos
y tú lo abandonas sin saberlo.
Ámame en este silencio azul,
en su desierto de terciopelo
e hirientes arenas.
Sé del océano y sus murmullos,
pero nunca he visto en tus lágrimas
el dolor que ahora trae a mis labios
el sabor de tu boca.
© fotografía 2007 Miguel Angel Latorre
Hemos ardido tantas veces en el abandono de las noches,
mientras el crepúsculo perenne nos vestía
con sus floreadas llamas rojas
que ahora, cuando nada nos conmueve,
llegan la soledad y el desaliento,
el doloroso aroma de las ausencias
que las cenizas traen al alba.
Pero no aprendemos,
ya que después de todo
siempre nos queda
la fascinación del fuego.
© fotografía 2007 Miguel Angel Latorre
Colores 2
No hay rencor que deje en mí la ira,
sólo este mar de onduladas flores
en que mis ojos se reconocen en el dolor de las violetas
como si en la dicha de tus besos
trajeras a mi piel el recuerdo de tus olvidos.
Hay un escalofrío recorriendo la noche,
yo estoy desnudo y en mis sábanas
sobran muchas hojas secas
que ya no tienen tu huella.
© fotografía 2007 Miguel Angel Latorre
Colores 1
Desoye mis palabras,
todas llevan escondido un recuerdo.
Del derramado oro
vendrán tus sueños,
y aunque tendrás parte del camino hecho
nada de lo que piensas conseguir te será fácil
y el valor de tus pasos,
los que la noche reconoce como tuyos,
será algo apenas perceptible por el tiempo.
Atente pues a la soledad del oro.
* © fotografía 2007 Miguel Angel Latorre
Soledades6
No hay rencores tan largos que nos hagan desear el vértigo de la soledad,
ni nuestro cuerpo es un desierto abandonado al devenir de un sueño.
Todos amamos los besos húmedos que nos da el azar
aunque a veces ese réquiem que suena en el eco de la tarde
acompañe nuestro corazón con su guirnalda negra
y la fragancia inolvidable de un amor marchito.
* © fotografía 2007 Miguel Angel Latorre
Soledades 5
Dejo en tu cuerpo el poso paulatino de mi soledad.
Como si de un racimo de uvas dulces se tratara,
paladeas en tu boca mi silencio
y el gusto del deseo consumado
te hace esperarme una vez más.
Así, acabas por dejarte arrastrar,
entretenida en el sabor
y en esa última avidez
que te condena.
La noche es un periplo
que nos deja el latido de su sombra,
pero llega la canción a su final
y el alba, para nuestra desgracia,
siempre se olvidó de nosotros.
© fotografía 2007 Miguel Angel Latorre
Soledades 4
Renacerán las nubes para enhebrar a ellas las palabras,
el aliento de un sueño que haga desvanecer el miedo,
y poder ser lluvia futura o acaso sólo
alcanzar un paisaje de olvidos donde guarecerse
en las tardes en que acometa de nuevo
el deseo de volver a habitar el mar.
© 2007 fotografía Miguel Angel Latorre
Soledades 3
La voz que le llama no es una voz sino el recuerdo
que en las horas perdidas de la tarde le persigue,
y en esa mirada que guarda su misterio
asoman los lejanos horizontes,
el océano de imposibles olas
y todos los hombres que la han buscado
en el acantilado silencioso que ella habita,
en el hueco de una caricia
o en el recóndito paisaje de su piel.
© fotografía 2007 Miguel Angel Latorre
Soledades 2
Detrás de esta piel y su silencio
camina el reloj inagotable del tiempo,
la mano que acaricia lentamente
y se deja mecer por brazos
que nunca le preguntan.
Con este amor de premisas incumplidas
han dejado desnudos
los débiles sueños,
pero sin más compromiso
que su desolación
ellos siguen apurando su batalla
enfrentándose juntos al largo amanecer.
© fotografía 2007 Miguel Angel Latorre
Soledades 1
La luna se ha derramado como la sal
sobre las sábanas de la soledad.
En el incierto y deshojado amanecer
cabe el rumor quebradizo de sus pasos,
la arena y el olvido remarcan sus huellas,
y en los cristales, oculto a las miradas,
la lluvia deja perennes lágrimas
y su nombre, desvanecido por la aurora,
se pierde en el eco de un río incontenible.
© fotografía 2007 Miguel Angel Latorre
He de dejar paso a la tarde.
Que rápido se diluye el tiempo,
las horas, los días, las estaciones,
se nos escapan del aljibe
en un murmullo casi imperceptible y continuo de agua.
Sin más razón aparente
que el deber de la memoria,
tenemos que ir acumulando emociones:
fotografías de personas, viejas cartas,
libros dedicados con la pesada fecha escrita
y un sinfín de lugares, rostros, palabras
y tantas risas y lágrimas de amores y desdichas
que en el desván de los recuerdos se acumulan,
ahogando, entre fardos de polvo,
todos los antiguos sueños.
© 2007 fotografía Miguel Angel Latorre
Altano y sombrío viento marino
¿qué adarce de sueños emboscados
recalan en tu humedad baldía?
Casi me has sobrecogido
con tu beso fatigoso y frío,
pero nada que tus palabras me susurren
alejarán de mí la idea de tu fracaso,
siendo viento que naufraga
en esta costa olvidada.
© fotografía 2007 Miguel Angel Latorre
En la derrota de la tarde el océano se ensancha,
se yergue sobre sus pies húmedos
y nos arrebata el cielo siendo todo uno:
agua marina sin horizonte,
quebradas palabras en que no caben más silencios.
Mis ojos y los tuyos también se derraman,
crecen en la humedad de este azul profundo
como si quisiéramos captar con nuestra mirada
todas las respuestas que en su misterio guarda.
© fotografía 2007 Miguel Angel Latorre.
¡Cuantas noches te acercaste a mí sin yo saberlo!
Y me susurraste tus misterios
con palabras cruzadas
de humedad y olvido.
Tú me entregabas en las olas
todos los signos del agua
mientras yo sólo veía
un fluir de extraviados sueños.
¡Como no supe que en el mar de mi infancia
estaban ya escritas todas las respuestas!
© 2007 fotografía Miguel Angel Latorre
Desolación.
Cruzo el largo puente
donde sólo las miradas se encuentran.
Me acerco al territorio deshabitado de tu cuerpo,
para sentir el surco de tus manos
-quebrado paréntesis del tiempo-,
el dolor de las ausencias y el recuerdo.
Páramo azulado donde habita el olvido
y el eco de todas mis palabras
-grisallas devoradas en el silencio-
es arrastrado por un río sin rostro.
Así te veo, esperando,
tan sola como todos nosotros,
como un pequeño pájaro
en el asidero de mis brazos,
en el abandonado sueño de mi vida.
© fotografía 2007 Miguel Angel Latorre
Llegan semidesnudos con el dolor azulado del océano.
Hay un brillo de orgullo tras la mirada indefinida.
De estos hombres no temo nada,
ni siquiera el afán con que nombran sus deseos.
Nada es capaz de arrancarles los sueños.
Quizás la vida valga más a este lado de la luz.
Crecen despojados de toda humillación
y en su debilidad llevan la semilla de la grandeza.
© fotografía 2007 Miguel Angel Latorre.
No hay mayor amor que su desolación.
Abandonadas, surgen como bellas amapolas
en las cunetas de los arrabales,
los polígonos industriales,
los cruces de carreteras.
Casi desnudas y envueltas en sus herméticos pensamientos,
hablan todos los idiomas del mundo
y desde su lejanía nos derrotan
jugando con nuestro deseo.
Las que se acercaron a mi eran eslavas, rubias,
muñecas de porcelana blanca,
de sus hermosos y jóvenes cuerpos
surgía el perfume sutil de la tristeza...
Para ellas sean las rosas de acero,
las rosas del amor y del mañana.
© fotografía 2007 Miguel Angel Latorre
He olvidado decirte que amaneces
todos los días en mis ojos
protegida por los sueños de la noche.
Caricia de tus manos y tus labios
rodeando las primeras palabras de tu boca
con el suave aleteo de los pájaros.
Hay una sabara desnudando la mañana.
Cubre tu corazón y el mío.
Bosques de adormecidas hayas,
con el casi perfecto abrazo del rocío.
Pero tu cercanía me da fuerzas y esperanzas
para hacer de este día de invierno y frío
un nuevo milagro que siempre recordemos.
© 2007 fotografía Miguel Angel Latorre.
Cada vez que vuelvo doy un rodeo
y paso por delante de tu antigua puerta.
En esa puerta tracé con tiza roja
tu nombre envuelto en mi sombra.
Qué ímpetus, qué ansias,
cuánto dolor nacía de tu ausencia,
sueño arrollador que la juventud arrastra.
Dejó el tiempo sus alforjas de sal
junto a la herida abierta.
Tu silencio y mi orgullo
al fracaso nos vendieron
porque nunca tu cuerpo y el mío
se encontraron en una noche para reconciliarse.
© fotografía 2007 Miguel Angel Latorre