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fernandosarria

Poemas

En el intervalo del amanecer

 

 

En el intervalo del amanecer,

desnudo de abalorios y mentiras,

cabe en esta soledad         

una nueva caricia.

Un oboe me despierta

y guarda para mi

la tristeza compartida

de un adagio.

Ella

 

 

Ella me dice que no hay mayor ternura que mi silencio.

Mientras, la tarde cálida nos acoge entre las sombras de las parras

y unas avispas revolotean deleitándose entre las uvas.

Lo más parecido al cielo

 

 

En el intervalo del claroscuro de la tarde

tu cuerpo se hace estatua de luz y de sombra.

Quieta, apoyada en la ventana,

cae por tu espalda una cascada de iluminado ámbar.

Mientras yo admiro tu desnudo

y tus ojos se pasean por la deshabitada avenida,

me pregunto hasta cuando tendremos estos instantes

bendecidos por la dicha y la fortuna.

Un desgranado verano nos sostiene en la ciudad solitaria,

de azul cobalto sus noches son eternas

y en su duna dorada crecen las mañanas

al ritmo impagable de las caricias.

Apenas se nos pasan las horas y los días,

todo es un tobogán donde respirar tu aliento,

besar tu piel, hacerte el amor, soñar tus sueños

y en tus risas hundirme como un gato en el regazo.

Es lo más parecido al cielo que conozco.

Entrega las mañanas

 

 

Entrega las mañanas

el placer desnudo del silencio,

mientras los dos apenas rehechos

tenemos cada uno un mundo aparte,

un lugar donde hemos depositado

todas las pequeñas mezquindades

y un reguero de deshilados reproches.

Así y en pijama todavía

los muros derrumbados

nos dejan mirarnos

como si una lluvia

de ardiente sinceridad

nos hubiera empapado

en la noche de autos.

A dos segundos de la felicidad

 

 

Hay tristeza, mucha tristeza.

La soledad arranca las palabras

e imposibilita probar a ser dichoso.

Miedo a sentir la ternura,

miedo a dejarte arrastrar por una caricia.

Pero los besos de pergamino

jamás hacen sentir el deseo húmedo

donde se esconde el ámbar.

Las abejas enmudecen,

el sordo sonido del agua se calla,

todo queda en la piel,

un escalofrío,

apenas a dos segundos de la felicidad.

 

Para Sonia, ella sabe por qué.

Luces

 

 

Luces.

Sólo luces

y un ocaso de viento

silenciándolo todo.

La noche es un estribo más

al que agarrarse

y tú, oculta,

detrás de las barcas,

ensimismada sombra del estío,

mientras el mar

se afana en respirar

en su deseo de ser humano.

El juego del azar

 

 

Se va el suave día con su brisa de estancias

abotonando la camisa de la noche,

y en el refugio del crepúsculo,

encendidas las últimas nostalgias,

tú y yo convivimos,

sabiendo de antemano,

que a pesar de todos los silencios

no hay entregadas más cartas al azar

que las que siempre su mano ha poseído.

Al amanecer

 

 

Al amanecer, los silencios cobran la importancia

que les dio la noche.

Se derrumba el palio bajo el que los cuerpos son más hermosos

y, desnudos, el uno ante el otro,

como los ha dejado la penumbra,

sólo queda cerciorarse de la pequeña verdad que les acecha:

no son más que héroes de una singular batalla,

donde el deseo siempre vence.

Mientras, en el jardín se derrama el día;

empiezan los aspersores su rutinario trabajo

y un alivio de pájaros revolotea y canta.

Nada de lo que nos dijimos

 

 

Nada de lo que nos dijimos tiene ningún valor,

ni siquiera las dulces palabras

con que tus labios saboreaban mi piel.

Las noches se abren

en el abanico de los deseos

y tú y yo

estábamos en el sitio adecuado

para mentirnos.

Llegar al límite

 

 

Llegar al límite,

al extremo desnudo de la ternura,

donde tú y yo nunca nos hemos herido

pero sin embargo siempre nos resguarda el temor.

En el silencio de mis dedos

encuentras palabras

que te hablan de sueños y deseos

y un reguero de emoción

que deja escrito en tu piel

mis versos más oscuros.

Un lugar donde respirar

 

 

Aunque la noche sólo nos reserve un lugar donde respirar,

entre tus manos el deseo se hace un sendero de caricias abiertas.

Suena la música que trae la brisa altana del mar

y en ella, encendidos versos que humedecen tus labios

y hacen en mi piel un reguero desarmado de luz.

Sobre mis recuerdos

 

 

Sobre mis recuerdos

yo también recorrí las calles de París

y sentí el escalofrío tentador de sus mujeres,

aquellas que alimentaban con su luz las esquinas

cercanas en su deambular por el Pigalle.

En sus bocas se urdían los sabores misteriosos

y, envueltas en el humo de cigarrillos,

se ofrecían como aromáticas flores a nuestros deseos.

Sus cuerpos desnudos quedarían en la mente

como el único vinculo que nos guardase la piel,

y en aquellas habitaciones del hotel Violette,

adornadas de musgo y en sus entristecidas camas,

encontramos lo recóndito e inesperado.

En la Rue de Poissonnières mi juventud

empezó a dibujar un sueño:

De todas las ciudades que amase,

París siempre sería única.

Cuando te beso

 

 

Cuando te beso

siento en tus labios

el sabor de su boca,

y ahora no sé,

si es a ti a quien amo

o a ella que tanto te quiso.

En el sabor de tu boca

 

 

En el sabor de tu boca

he encontrado todos los pretextos

y la noche y los desiertos han hecho el resto.

Casi me siento obligado contigo,

quiero ser amable, atento,

dejar suaves caricias en tu piel desnuda,

quitarle importancia al regalo sublime de tu cuerpo.

Los dos sabemos demasiado el uno del otro

y ahora en el nuevo juego de ser amantes

nos queda mucho por recorrer.

Desayunamos de momento,

el domingo todavía nos puede traer el vértigo

y tus miradas son un buen presagio.

No nos cubre

 

 

No nos cubre el edredón los cuerpos,

demasiado cuerpo desnudo

ante un edredón tan pequeño.

Después de la noche

no hay mayor vergüenza

que la desnudez del alma,

ya que ahora con el alba

nada le puede cubrir

y en nuestras miradas surge el temor

a sorprendernos ante los ojos del otro.

La luz se derrama por la habitación,

y aunque te tapas la cara con la almohada

sigo viendo tu espalda tatuada con estrellas

y el nacimiento de tus hermosos senos.

Me sobrecoge tu soledad,

erizándome el vello

en el escalofrío más intenso

que he sentido contigo.

Sólo he traido tu voz

 

 

Sólo he traído tu voz

a este largo silencio

y en el regazo de su eco

he dejado un verso,

corto, conciso,

que habla de ti,

una caricia

que sin tocarte te desea.

Hemos dejado llegar la mañana

 

 

Hemos dejado llegar la mañana

con el ronco sabor a nicotina del silencio

y el desorden de los vasos vacíos.

El alba trae un rumor de aves

que se alejan hacía el sur,

las miramos en su adiós majestuoso

y un poco de nosotros se aleja en sus alas.

Carentes de sueño,

miramos el mar, tranquilo, sedoso,

la playa apenas resguarda

un par de sombras y los restos de una hoguera.

Si ahora te acaricio resulta difícil comprender por qué,

no hemos hablado en las dos últimas horas

y en tus ojos sólo se contempla el reflejo quebradizo del horizonte,

sé que entre mis manos y las tuyas hay un desierto de mentiras

pero también hay una cadena que entrelaza lo poco que nos reserva la ternura.

No sé

 

 

No sé si Neruda

cuando sintió desbordarse el crepúsculo

sobre el vestido de su amada

como un racimo de uvas encendidas,

se dejó arrastrar por el deseo

para ver despertarse en su cuerpo

un pueblo escondido.

No sé si pudo imaginar el silencio

que enterrado en su vestido oscuro

se hacía eco de un día moribundo.

Pero Neruda si vio

arribar ese pueblo a la noche

con las raíces prendidas a los sueños,

y por eso lo nombró de su mundo,

revestido por un azul pálido,

para que el mar lo pudiera reconocer como suyo.

Racimo de palabras minúsculas

Demorado.

El sueño es un pretexto

de la huida.

Tu cuerpo y el suyo,

enfrentados, casi uno,

tan cerca,

tan lejos.   

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En las estancias

donde inauguraste

la felicidad

apenas queda nada,

dos o tres guirnaldas

colgando al viento.   

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Horizonte de soledad,

tus dedos saben dibujar estrellas 

 un río interminable

sacia tus deseos.

Las sábanas humedecidas

te recogen en un silencioso gemido

y la noche se perfuma

con tu oloroso almizcle.   

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Te derrumbas,

y en la noche árida

sólo tus lágrimas

quebrantan el silencio.  

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Del abandono,

la ausencia es su melodía.

Tu cuerpo sigue siendo piel,

renovada y sola

tendrás en el fuego

la noche en tus manos

y un sinfín de versos

humedeciendo tu alma.    

(Estas palabras han salido todas engarzadas como las cerezas).

Abrí la ventana

 

 

Abrí la ventana ante el amanecer,

la calle estremecida se dejaba llevar en la brisa

al ritmo entregado y sinuoso de los álamos.

Un ligero escalofrío recorrió mi cuerpo,

el silencio agazapado me desnudó con su mirada

y un deseo inusitado se agigantó en mi,

el de hacer de ese momento un segundo eterno.